Qué difícil es para mí poder expresar lo que he vivido y sentido en
estas breves y largas horas de convivencia con el pueblo mexicano, con
su gobierno. Cómo poder traducir lo que nosotros, integrantes de la
delegación de nuestra patria, hemos recibido en generosa
entrega y como aporte solidario a nuestro pueblo en la dura lucha en que
está empeñado.
Yo, más que otros, sé perfectamente bien que esta actitud del pueblo
de México nace de su propia historia. Y aquí se ha recordado ya cómo
Chile estuvo presente junto a Juárez, el hombre de la independencia
mexicana proyectada en ámbito continental; y
cómo entendemos perfectamente bien que, además de esta raíz común, que
antes fuera frente a los conquistadores, México es el primer país de
Latinoamérica que en 1938, a través de la acción de un hombre preclaro
de esta tierra y de América
Latina, nacionaliza el petróleo a través de la acción del general,
presidente Lázaro Cárdenas.
Por eso ustedes, que supieron del ataque alevoso, tuvieron que sentir
el llamado profundo de la patria en un superior sentido nacional; por
eso ustedes, que sufrieron largamente el embate de los intereses heridos
por la nacionalización; por eso ustedes, más que otros pueblos de este
continente,
comprenden la hora de Chile, que es la misma que ustedes tuvieron en
1938 y los años siguientes. Por eso es que la solidaridad de México nace
en su propia experiencia y se proyecta con calidad fraternal frente a
Chile, que está hoy realizando el mismo camino liberador que ustedes.
Quiero agradecer las palabras del ingeniero Ignacio Mora Luna, a
nombre de los profesores de la Universidad de Guadalajara; las del
licenciado Enrique Romero González, a nombre de las autoridades
universitarias, y las del compañero Guillermo Gómez Reyes, presidente de
la Federación
de Estudiantes de esta Universidad.
Bien decía el presidente Echeverría, cuando él señalara que este
viaje era conveniente que llegara a conocer la provincia, y eligiera a
Jalisco, y me hablara de Guadalajara y de su Universidad. Yo se lo
agradecí, y ahora -por cierto- se lo agradezco más. Porque
si hemos recibido el afecto cálido del pueblo mexicano, de sus mujeres y
de sus hombres, qué puede significar más que estar junto a la juventud,
y sentir cómo ella late y presurosamente, con una clara conciencia
revolucionaria y antimperialista.
Desde que llegara cerca de esta universidad, ya comprendí
perfectamente bien el espíritu que hay en ella, en los letreros de
saludo a mi presencia aquí, tan solo como mensajero de mi pueblo, con
los cambios, con la lucha por la independencia económica y por la plena
soberanía
en nuestros pueblos.
Y porque una vez fui universitario, hace largos años, por cierto -no
me pregunten cuántos-, porque pasé por la universidad no en búsqueda de
un título solamente: porque fui dirigente estudiantil y porque fui
expulsado de la universidad, puedo hablarles a los universitarios
a distancia de años; pero yo sé que ustedes saben que no hay querella de
generaciones: hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en éstos me ubico
yo.
Hay jóvenes viejos que comprenden que ser universitario, por ejemplo,
es un privilegio extraordinario en la inmensa mayoría de los países de
nuestro continente. Esos jóvenes viejos creen que la universidad se ha
levantado como una necesidad para preparar técnicos
y que ellos deben estar satisfechos con adquirir un título profesional.
Les da rango social y el arribismo social, caramba, qué dramáticamente
peligroso, les da un instrumento que les permite ganarse la vida en
condiciones de ingresos superiores a la mayoría del resto de los
conciudadanos.
Y estos jóvenes viejos, si son arquitectos, por ejemplo, no se
preguntan cuántas viviendas faltan en nuestros países y, a veces, ni en
su propio país. Hay estudiantes que con un criterio estrictamente
liberal, hacen de su profesión el medio honesto para ganarse la
vida, pero básicamente en función de sus propios intereses.
Allá hay muchos médicos -y yo soy médico- que no comprenden o no
quieren comprender que la salud se compra, y que hay miles y miles de
hombres y mujeres en América Latina que no pueden comprar la salud; que
no quieren entender, por ejemplo, que a mayor pobreza mayor enfermedad,
y a mayor enfermedad mayor pobreza y que, por tanto, si bien cumplen
atendiendo al enfermo que demanda sus conocimientos sobre la base de los
honorarios, no piensan en que hay miles de personas que no pueden ir a
sus consultorios y son pocos los que luchan porque se estructuren los
organismos estatales
para llevar la salud ampliamente al pueblo.
De igual manera que hay maestros que no se inquietan en que haya
también cientos y miles de niños y de jóvenes que no pueden ingresar a
las escuelas. Y el panorama de América Latina es un panorama dramático
en las cifras, de su realidad dolorosa.
Llevamos, casi todos los pueblos nuestros, más de un siglo y medio de
independencia política, y ¿cuáles son los datos que marcan nuestra
dependencia y nuestra explotación? Siendo países potencialmente ricos,
la inmensa mayoría somos pueblos pobres.
En América Latina, continente de más de 220 millones de habitantes, hay cien millones de analfabetos y semianalfabetos.
En este continente hay más de 30 millones de cesantes absolutos, y la
cifra se eleva por sobre 60 millones tomando en consideración aquellos
que tienen trabajos ocasionales.
En nuestro continente 53% de la población según algunos, y según
otros 57%, se alimenta en condiciones por debajo de lo normal. En
América Latina faltan más de 26 millones de viviendas.
En estas circunstancias cabe preguntar, ¿cuál es el destino de la
juventud? Porque este continente es un continente joven. 51% de la
población de América Latina está por debajo de los 27 años, por eso
puedo decir -y ojalá me equivoque- que ningún
gobierno e incluyo, por cierto, el mío y todos los anteriores de mi
patria, ha podido solucionar los grandes déficit, las grandes masas de
nuestro continente en relación con la falta de trabajo, la alimentación,
la vivienda, la salud. Para qué hablar de la recreación
y del descanso.
En este marco que encierra y aprisiona a nuestros pueblos hace un
siglo y medio, es lógico que tengan que surgir, desde el dolor y el
sufrimiento de las masas, anhelos de alcanzar niveles de vida y
existencia y de cultura.
Si hoy tenemos las cifras que aquí he recordado, ¿qué va a ocurrir si
las cosas no cambian cuando seamos 360 ó 600 millones de habitantes? En
un continente en donde la explosión demográfica está destinada a
compensar la alta mortalidad infantil, los
pueblos así se defienden; pero a pesar de ello aumenta vigorosamente la
población de nuestros países, y el avance tecnológico en el campo de la
medicina ha elevado -y también al mejorarse condiciones de vida ha
mejorado- el promedio de nuestra existencia que, por cierto,
es muy inferior al de los países del capitalismo industrial y a los
países socialistas.
Pero ningún gobierno de este continente -democráticos los hay pocos,
pseudodemocráticos hay más, dictatoriales también los hay-, ningún
gobierno ha sido capaz de superar los grandes déficit, reconociendo, por
cierto, que han hecho esfuerzos indiscutiblemente
laudatorios por gobierno, y especialmente por los gobiernos
democráticos, porque escuchan la voz, la protesta, el anhelo de los
pueblos mismos para avanzar en la tentativa frustrada y hacer posible
que estos déficit no sigan pesando sobre nuestra existencia.
¿Y por qué sucede esto? Porque somos países monoproductores en la
inmensa mayoría: somos los países del cacao, del banano, del café, del
estaño, del petróleo o del cobre. Somos países productores de materias
primas e importadores de artículos
manufacturados; vendemos barato y compramos caro.
Nosotros, al comprar caro estamos pagando el alto ingreso que tiene
el técnico, el empleado y el obrero de los países industrializados.
Además, en la inmensa mayoría de los casos, como las riquezas
fundamentales están en manos del capital foráneo, se ignoran
los mercados, no se interviene en los precios, ni en los niveles de
producción. La experiencia la hemos vivido nosotros en el cobre, y
ustedes en el petróleo.
Somos países en donde el gran capital financiero busca, y encuentra,
por complacencia culpable muchas veces de gente que no quiere entender
su deber patriótico, la posibilidad de obtenerlo.
¿Por qué? ¿Qué es el imperialismo, compañeros jóvenes? Es la
concentración del capital en los países industrializados que alcanzando
la fuerza de capital financiero, abandonan las inversiones en las
metrópolis económicas, para hacerlo
en nuestros países y, por lo tanto, este capital que en su propia
metrópoli tiene utilidades muy bajas, adquiere grandes utilidades en
nuestras tierras, porque, además, muchas veces las negociaciones son
entre las compañías que son dueñas de éstas y que
están más allá de nuestras fronteras.
Entonces, somos países que no aprovechamos los excedentes de nuestra
producción, y este continente ya conoce, no a través de los agitadores
sociales con apellido político, como el que yo tengo de socialista, sino
a través de las cifras de la CEPAL, organismo de las
Naciones Unidas, que en la última década -no puedo exactamente decir si
de 1950 a1960 o de 1956 a 1966-, América Latina exportó mucho más
capitales que los que ingresaron en ella.
De esta manera se ha ido produciendo una realidad que es común en la
inmensa mayoría de todos nuestros pueblos: somos países ricos
potencialmente, y vivimos como pobres. Para poder seguir viviendo,
pedimos prestado. Pero al mismo tiempo somos países exportadores de
capitales.
Paradoja típica del régimen en el sistema capitalista.
Por ello, entonces, es indispensable comprender que dentro de esta
estructura, cuando internacionalmente los países poderosos viven y
fortalecen su economía de nuestra pobreza, cuando los países
financieramente fuertes necesitan de nuestras materias primas para ser
fuertes, cuando
la realidad de los mercados y los precios lleva a los pueblos de éste y
otros continentes, a endeudarse, cuando la deuda de los países del
Tercer Mundo alcanza la fantástica cifra de 95 mil millones de dólares,
cuando a mi país, país democrático, con muy
sólidas instituciones, país que tiene un Congreso en funciones hace 160
años, país en donde las Fuerzas Armadas -igual que en México- son
fuerzas armadas profesionales, respetuosas de la ley y la voluntad
popular; cuando mi país, que es el segundo productor de
cobre en el mundo y tiene las más grandes reservas de cobre del mundo y
tiene la más grande mina de tajo abierto del mundo y tiene la más grande
mina subterránea del mundo, Chuquicamata y El Teniente; cuando mi país
se ha visto obligado a endeudarse con una deuda externa
per cápita que sólo puede ser superada por la deuda que tiene Israel,
que podemos estimar que está en guerra; cuando yo debía haber cancelado
este año para amortizar y pagar los intereses de esa deuda 420 millones
de dólares, que significan más de 30 por
ciento del presupuesto de ingresos, uno puede colegir que es imposible
que pueda esto seguir y que esta realidad se mantenga.
Si a ello se agrega que los países poderosos fijan las normas de la
comercialización, controlan los fletes, imponen los seguros, dan los
créditos ligados que implica la obligación de invertir un alto
porcentaje en esos países; si además sufrimos las consecuencias
que emanan y que cuando los países poderosos, o el país más poderoso,
del capitalismo estiman necesario devaluar su moneda, las consecuencias
las pagamos nosotros, y si tiembla el mercado del dinero en los países
industrializados, las consecuencias son mucho más fuertes,
mucho más duras y pesan más sobre nuestros pueblos. Si el precio de las
materias primas baja, el precio de los artículos manufacturados, y aún
los alimentos, suben; cuando el precio de los alimentos sube, nos
encontramos que hay barreras aduaneras que impiden que algunos países
que pueden exportar productos agropecuarios lleguen a los mercados de
consumo, los países industriales.
El caso de mi patria es elocuente: nosotros producimos entre la gran
minería, cerca de 750 mil toneladas de cobre. Entre Zambia, Perú, Zaire y
Chile, signatarios de lo que se llama CIPEC, entre estos cuatro países
se produce 70% del cobre que se comercializa en el mundo, más
de tres millones de toneladas, pero el precio del cobre se fija en la
bolsa de Londres y se transa tan sólo 200 mil toneladas. Y Chile hace
tres años, por ejemplo, tuvo un promedio de precio de la libra de cobre
año, superior a los 62 centavos, y cada centavo que suba o baje el
precio
de la libra de cobre, significa 18 millones de dólares más o menos de
ingreso para nuestro país.
El año 1971, el precio del cobre, del último año de gobierno del
presidente Frei, fue de 59 centavos la libra. En el primer año del
Gobierno Popular fue tan solo de 49. Este año, seguramente no va a
alcanzar más allá de 47,4; pero en valores reales,
después de la devaluación del dólar, este promedio será, a lo sumo, 45. Y
el costo de producción nuestro, a pesar de que son minas con un alto
porcentaje de riqueza minera y están cerca del mar, rodea los 45
centavos en algunas de ellas; y es, por cierto, más
alto por una técnica inferior en la producción de la pequeña y mediana
minería.
He puesto este ejemplo porque es muy claro. Nosotros, que tenemos un
presupuesto de divisas superior a muchos países latinoamericanos, que
tenemos una extensión de tierra que podría alimentar, y debería
alimentar, a 20 a 25 millones de habitantes, hemos tenido que importar,
desde siempre -por así decirlo-, carne trigo, grasa, mantequilla y
aceite: 200 millones de dólares al año.
Y desde que estamos en el Gobierno Popular, tenemos que importar más
alimentos; porque tenemos conciencia que importar más alimentos que aún
importando como lo hicieron los gobiernos anteriores, 200 millones de
dólares al año, en Chile el 43 por ciento de la población
se alimentaba por debajo de lo normal. Y aquí, esta casa de hermanos,
yo, que soy médico, que he sido profesor de medicina social y el
presidente durante cinco años del Colegio Médico de Chile, puedo dar una
cifra que no me avergüenza, pero que sí me duele, en mi
patria, porque hay estadísticas y no las ocultamos: hay 600 mil niños
que tienen un desarrollo mental por debajo de lo normal.
Si acaso un niño en los primeros ocho meses de su vida no recibe la
proteína necesaria para su desarrollo corporal y cerebral, si ese niño
no recibe esa proteína, se va a desarrollar en forma diferente al niño
que pudo tenerla, y que lógicamente es casi siempre
el hijo de un sector minoritario, de un sector poderoso económicamente.
Si a ese niño que no recibió la proteína suficiente, después de los ocho
meses se la da, puede recuperar y normalizar el desarrollo normal de su
cerebro.
Por eso muchas veces los maestros o las maestras en su gran labor -yo
siempre vinculo a los maestros y a los médicos como profesionales de
una gran responsabilidad-, muchas veces los maestros o las maestras ven
que el niño no asimila, no entiende, no aprende, no retiene; y no es
porque
ese niño no quiera aprender o estudiar: es porque cae en condiciones de
menor valía, y eso es consecuencia de un régimen y de un sistema social;
porque por desgracia, hasta el desarrollo de la inteligencia está
marcado por la ingestión de los alimentos, fundamentalmente
los primeros ocho meses de la vida. Y cuántas son las madres proletarias
que no pueden amamantar a sus hijos, cuando nosotros los médicos
sabemos que el mejor alimento es la leche de la madre, y no lo pueden
hacer porque viven en las poblaciones marginales, porque sus compañeros
están
cesantes y porque ella recibe el subalimento, como madres ellas están
castigadas en sus propias vidas, y lo que es más injusto, en la vida de
sus propios hijos, por eso, claro.
Los gobiernos progresistas, como los nuestros, avanzamos en
iniciativas que tienen un contenido, pero que indiscutiblemente es un
paliativo; por ejemplo, en mi país está la asignación familiar prenatal,
se paga a la mujer que está esperando familia desde el tercer mes del
embarazo; se hace real desde el quinto, donde puede comprobar que
efectivamente está esperando familia. Esto tiene un doble objetivo: que
tenga un ingreso que se entrega a la madre para que pueda ella
alimentarse mejor. Y en la etapa final, comprar algo para lo que
podríamos llamar la mantilla,
los pañales del niño.
Y, por otra parte, para recibir este estipendio, que es un
sobresalario, requiere un control médico y, por lo tanto, obliga a la
madre a ir a controlarse. Y en ese caso, si la madre está, y es tratada
oportunamente, el hijo nace sano. Y, además se le dan las más
elementales
nociones sobre el cuidado del niño. Y tenemos la asignación familiar que
se paga también desde que el niño nace hasta que termina de estudiar,
si estudia.
Pero no hemos podido, por ejemplo, nosotros, nivelar la asignación
familiar, porque un Congreso que representa, no a los trabajadores en su
mayoría, establece, como siempre, leyes discriminatorios. Y en mi
patria había asignación diferente para bancarios, para empleados
públicos, particulares, Fuerzas Armadas, obreros y campesinos. Nosotros
levantamos la idea justa: una asignación familiar igual para todos. Y
eso, con generosidad. Pero pensar que la asignación familiar sea más
alta para los sectores que tienen más altos ingresos, es
una inconsecuencia y una brutal injusticia.
Hemos logrado nivelar la asignación familiar de obreros, campesinos,
Fuerzas Armadas y empleados públicos, pero queda distante todavía la
asignación familiar de empleados particulares, y un sector de ellos, es
un avance, pero no basta, porque si bien es cierto, entregamos
mejores condiciones para defender el equilibrio biológico cuando se
alimenta mejor el niño; y gracias a esta asignación familiar, también es
cierto que el proceso del desarrollo universitario en el caso de la
medicina -y lo pongo como ejemplo- conlleva a establecer que nosotros
carecemos de los profesionales suficientes para darle atención a todo el
pueblo, desde el punto de vista médico.
En Chile hay 4.600 médicos; deberíamos ser ocho mil médicos, en Chile
faltan, entonces, tres mil médicos. En Chile faltan más de 6.000
dentistas. En ningún país de América Latina -y lo digo con absoluta
certeza- hay ningún servicio público
estatal que haga una atención médica dental con sentido social. Se
limitan en la mayoría de los países, si es que tienen esos servicios, a
la etapa inicial previa, básica, simple, sencilla, de la extracción. Y
si hay algo que yo he podido ver con dolor de hombre
y conciencia de médico, cuando he ido a las poblaciones, es a las
compañeras trabajadoras, a las madres proletarias, gritar con esperanza
nuestros gritos de combate, y darme cuenta, por desgracia, cómo sus
bocas carecen de la inmensa mayoría de los dientes.
Y los niños también sufren esto. Por ello, entonces, y sobre la base
tan solo de estos ejemplos simples, nosotros tenemos que entender que
cuando hablamos de una universidad que entiende que para que termine
esta realidad brutal que hace más de un siglo y medio pesa sobre
nosotros,
en los cambios estructurales económicos se requiere un profesional
comprometido con el cambio social; se requiere un profesional que no se
sienta un ser superior porque sus padres tuvieron el dinero suficiente
para que él ingresara a una universidad; se necesita un profesional con
conciencia
social que entienda que su lucha, si es arquitecto, es para que se
construyan las casas necesarias que el pueblo necesita. Se necesita un
profesional que, si es médico, levante su voz para reclamar que la
medicina llegue a las barriadas populares y, fundamentalmente, a los
sectores campesinos.
Se necesitan profesionales que no busquen engordar en los puestos
públicos, en las capitales de nuestras patrias. Profesionales que vayan a
la provincia, que se hundan en ella.
Por eso yo hablo así aquí en esta Universidad de Guadalajara, que es
una universidad de vanguardia, y tengo la certeza que la obligación
patriótica de ustedes es trabajar en la provincia, fundamentalmente,
vinculada a las actividades económicas, mineras o actividades
industriales o empresariales, o a las actividades agrícolas; la
obligación del que estudió aquí es no olvidar que ésta es una
universidad del Estado que la pagan los contribuyentes, que en la
inmensa mayoría de ellos son los trabajadores. Y que por desgracia,
en esta universidad, como en las universidades de mi patria, la
presencia de hijos de campesinos y obreros alcanza un bajo nivel,
todavía.
Por eso, ser joven en esta época implica una gran responsabilidad,
ser joven de México o de Chile; ser joven de América Latina, sobre todo
en este continente que, como he dicho, está marcado por un promedio que
señala que somos un continente joven. Y la juventud tiene
que entender que no hay lucha de generaciones, como lo dijera hace un
instante; que hay un enfrentamiento social, que es muy distinto, y que
pueden estar en la misma barricada de ese enfrentamiento los que hemos
pasado -y yo pasé muy poquito de los 60 años; guárdenme el secreto- de
los sesenta años y los jóvenes que puedan tener 13 ó 20.
No hay querella de generaciones, y eso es importante que yo lo diga.
La juventud debe entender su obligación de ser joven, y si es
estudiante, darse cuenta que hay otros jóvenes que, como él, tienen los
mismos años, pero que no son estudiantes. Y si es universitario con
mayor razón mirar al joven campesino o al joven obrero, y tener un
lenguaje de juventud, no un lenguaje sólo de estudiante universitario,
para universitarios.
Pero el que es estudiante tiene una obligación porque tiene más
posibilidades de comprender los fenómenos económicos y sociales y las
realidades del mundo; tiene la obligación de ser un factor dinámico del
proceso de cambio, pero sin perder los perfiles, también,
de la realidad.
La revolución no pasa por la universidad, y esto hay que entenderlo;
la revolución pasa por las grandes masas; la revolución la hacen los
pueblos; la revolución la hacen, esencialmente, los trabajadores.
Y yo comparto el pensamiento que aquí se ha expresado -y el
presidente Echeverría lo ha señalado muchas veces-, que yo también lo he
dicho en mi patria, allá luchamos por los cambios dentro de los marcos
de la democracia burguesa, con dificultades mucho mayores, en
un país donde los poderes del Estado son independientes, y en el caso
nuestro, la Justicia, el Parlamento y el Ejecutivo. Los trabajadores que
me eligieron están en el gobierno; nosotros controlamos una parte del
Poder Ejecutivo, somos minoría en el Congreso. El Poder Judicial es
autónomo, y el Código Civil de mi patria tiene 100 años. Y si yo no
critico en mi patria al Poder Judicial, menos lo voy a hacer aquí. Pero
indiscutiblemente, hay que pensar que estas leyes representaban otra
época y otra realidad, no fueron leyes hechas por los trabajadores
que estamos en el gobierno: fueron hechas por los sectores de la
burguesía, que tenían el Ejecutivo, el poder económico y que eran
mayoría en el Congreso Nacional.
Sin embargo, la realidad de Chile, su historia y su idiosincrasia,
sus características, la fortaleza de su institucionalidad, nos llevó a
los dirigentes políticos a entender que en Chile no teníamos otro camino
que el camino de la lucha electoral -y ganamos por ese camino-,
que muchos no compartían, fundamentalmente como consecuencia del
pensamiento generado en este continente, después de la Revolución
Cubana, y con la asimilación, un poco equivocada, de la divulgación de
tácticas, en función de la interpretación que
hacen los que escriben sobre ellas, nos hemos encontrado en muchas
partes, y ahora se ha dejado un poco, la idea del foquismo, de la lucha
guerrillera o del ejército popular.
Yo tengo una experiencia que vale mucho. Yo soy amigo de Cuba; soy
amigo, hace 10 años, de Fidel Castro; fui amigo del comandante Ernesto
Che Guevara. Me regaló el segundo ejemplar de su libro Guerra de
Guerrillas; el primero se lo dio a Fidel. Yo estaba en Cuba cuando
salió, y
en la dedicatoria que me puso dice lo siguiente: A Salvador Allende, que
por otros medios trata de obtener lo mismo. Si el comandante Guevara
firmaba una dedicatoria de esta manera, es porque era un hombre de
espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia realidad,
que no
hay receta para hacer revoluciones. Y por lo demás, los teóricos del
marxismo -y yo declaro que soy un aprendiz tan solo; pero no niego que
soy marxista- también trazan con claridad los caminos que pueden
recorrerse frente a lo que es cada sociedad, cada país.
De allí, entonces, que es útil que la juventud, y sobre todo la
juventud universitaria, que no puede pasar por la universidad al margen
de los problemas de su pueblo, entienda que no puede hacerse del
balbuceo doctrinario la enseñanza doctrinaria, de entender que el denso
pensamiento
de los teóricos de las corrientes sociológicas o económicas requieren un
serio estudio; que si es cierto que no hay acción revolucionaria sin
teoría revolucionaria, no puede haber la aplicación voluntaria o la
interpretación de la teoría adecuándola
a lo que la juventud o el joven quiere. Que tiene que mirar lo que pasa
dentro de su país y más allá de la frontera, y comprender que hay
realidades que deben ser meditadas y analizadas.
Cuando algunos grupos en mi patria, un poco más allá de la Unidad
Popular, en donde hay compañeros jóvenes en cuya lealtad revolucionaria
yo creo, pero en cuya concepción de la realidad no creo, hablan, por
ejemplo, de que en mi país debería hacerse
lo mismo que se ha hecho en otros países que han alcanzado el
socialismo, yo les he hecho esta pregunta en voz alta: ¿Por qué, por
ejemplo, un país como es la República Popular China, poderoso país,
extraordinariamente poderoso país, ha tenido que tolerar
la realidad de que Taiwán o de que Formosa esté en manos de
Chian-Kai-Shek? ¿Es que acaso la República Popular China no tiene los
elementos bélicos, por así decirlo, lo suficientemente poderosos para
haber, en dos minutos, recuperado Taiwán, llamado Formosa?
¿Por qué no lo ha hecho? Porque, indiscutiblemente hay problemas
superiores de la responsabilidad política; porque al proceder así,
colocaba a la República Popular China en el camino de una agresión que
podría haber significado un daño para el proceso
revolucionario, y quizá una conflagración mundial.
¿Quién puede dudar de la voluntad de acción, de la decisión, de la
conciencia revolucionaria de Fidel Castro? ¿Y por qué la bahía de
Guantánamo no la ha tomado? Porque no puede ni debe hacerlo, porque
expondría a su revolución y
a su patria a una represalia brutal.
Entonces, uno se encuentra a veces con jóvenes, y los que han leído
el Manifiesto Comunista, o lo han llevado largo rato debajo del brazo,
creen que lo han asimilado y dictan cátedra y exigen actitudes y
critican a hombres, que por lo menos, tienen consecuencia en su vida. Y
ser
joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica; pero
ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como
revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil.
Un ejemplo personal: yo era un orador universitario de un grupo que
se llama Avance; era el grupo más vigoroso de la izquierda. Un día se
propuso que se firmara, por el grupo Avance un manifiesto -estoy
hablando del año 1931- para crear en Chile los soviets de obreros,
campesinos,
soldados y estudiantes. Yo dije que era una locura, que no había ninguna
posibilidad, que era una torpeza infinita y que no quería, como
estudiante, firmar algo que mañana, como un profesional, no iba a
aceptar.
Éramos 400 los muchachos de la universidad que estábamos en el grupo
Avance, 395 votaron mi expulsión; de los 400 que éramos, sólo dos
quedamos en la lucha social. Los demás tienen depósitos bancarios,
algunos en el extranjero; tuvieron latifundios -se
los expropiamos-; tenían acciones en los bancos -también se los
nacionalizamos-, y a los de los monopolios les pasó lo mismo. Pero en el
hecho, dos hemos quedado; y a mí me echaron por reaccionario; pero los
trabajadores de mi patria me llaman el compañero presidente.
Por eso, el dogmatismo, el sectarismo, debe ser combatido; la lucha
ideológica debe llevarse a niveles superiores, pero la discusión para
esclarecer, no para imponer determinadas posiciones. Y, además, el
estudiante universitario tiene una postura doctrinaria y política,
tiene, fundamentalmente, no olvidarse que precisamente la revolución
necesita los técnicos y los profesionales.
Ya Lenin lo dijo -yo he aumentado la cifra para impactar más en mi
patria-, Lenin dijo que un profesional, un técnico, valía por 10
comunistas; yo digo que por 50, y por 80 socialistas. Yo soy socialista.
Les duele mucho a mis compañeros que yo diga eso; pero lo digo, ¿por
qué? Porque he vivido una politización en la universidad, llevada a
extremos tales que el estudiante olvida su responsabilidad fundamental;
pero una sociedad donde la técnica y la ciencia adquieren los niveles
que ha adquirido la sociedad contemporánea, ¿cómo
no requerir precisamente capacidad y capacitación a los revolucionarios?
Por lo tanto, el dirigente político universitario tendrá más autoridad
moral, si acaso es también un buen estudiante universitario.
Yo no le he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su
fracaso porque tiene que hacer trabajos políticos: tiene que darse el
tiempo necesario para hacer los trabajos políticos, pero primero están
los trabajos obligatorios que debe cumplir como estudiante
de la universidad. Ser agitador universitario y mal estudiante, es
fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante, es más difícil.
Pero el maestro universitario respeta al buen alumno, y tendrá que
respetar sus ideas, cualesquiera que sean.
Por eso es que la juventud contemporánea, y sobre todo la juventud de
Latinoamérica, tiene una obligación contraída con la historia, con su
pueblo, con el pasado de su patria. La juventud no puede ser sectaria:
la juventud tiene que entender, y nosotros en Chile hemos dado
un paso trascendente: la base política de mi gobierno está formada por
marxistas, por laicos y cristianos, y respetamos el pensamiento
cristiano; interpreta el verbo de Cristo, que echó a los mercaderes del
templo.
Claro que tenemos la experiencia de la iglesia, vinculada al proceso
de los países poderosos del capitalismo e, incluyendo, en los siglos
pasados y en la primera etapa de éste, no a favor de los humildes como
lo planteaba el maestro de Galilea; pero sí los tiempos han cambiado
y la conciencia cristiana está marcando la consecuencia por el
pensamiento honesto, en la acción honesta, los marxistas podemos
coincidir en etapas programáticas como pueden hacerla los laicos y lo
hemos hecho en nuestra patria -y nos está yendo bien-, y conjugamos una
misma
actitud y un mismo lenguaje frente a los problemas esenciales del
pueblo.
Porque un obrero sin trabajo, no importa que sea o no sea marxista,
no importa que sea o no sea cristiano, que no tenga ideología política,
es un hombre que tiene derecho al trabajo y debemos dárselo nosotros;
por eso el sectarismo, el dogmatismo, el burocratismo, que congela las
revoluciones, y ése es un proceso de concientización que es muy profundo
y que debe comenzar con la juventud: pero la juventud está frente a
problemas que no son sólo económicos, sino son problemas que
lamentablemente se manifiestan con mayor violencia destructiva en
el mundo contemporáneo.
El escapismo, el drogadismo, el alcoholismo. ¿Cuántos son los
jóvenes, de nuestros jóvenes países, que han caído en la marihuana, que
es más barata que la cocaína y más fácil de acceso?, ¿pero cuántos son
los jóvenes
de los países industrializados? El porcentaje, no sólo por la densidad
de población, sino por los medios económicos, es mucho mayor.
¿Qué es esto, qué significa, por qué la juventud llega a eso? ¿Hay
frustración? ¿Cómo es posible que el joven no vea que su existencia
tiene que tener un destino muy distinto al que escabulle su
responsabilidad? ¿Cómo un joven no
va a mirar, en el caso de México, a Hidalgo o a Juárez, a Zapata o a
Villa, o a Lázaro Cárdenas? ¡Cómo no entender que esos hombres fueron
jóvenes también, pero que hicieron de sus vidas un combate constante y
una lucha permanente!
¿Cómo la juventud no sabe que su propio porvenir está cercado por la
realidad económica, que marca los países dependientes? Porque si hay
algo que debe preocuparnos, también, a los gobernantes, es no seguir
entregando cesantes ilustrados a nuestra sociedad.
¿Cuántos son los miles de jóvenes que egresan de los politécnicos o
de las universidades que no encuentran trabajo? Yo leí hace poco un
estudio de un organismo internacional importante, que señala que para
América Latina, en el final de esta década
se necesitaban -me parece- cerca de seis millones de nuevas ocupaciones,
en un continente en donde la cesantía marca los niveles que yo les he
dicho. Los jóvenes tienen que entender, entonces, que están enfrentados a
estos hechos y que deben contribuir a que se modifiquen las condiciones
materiales, para que no haya cesantes ilustrados, profesionales con
títulos de arquitectos sin construir casas, y médicos sin atender
enfermos, porque no tienen los enfermos con qué pagarles, cuando lo
único que faltan son médicos para defender el capital humano, que
es lo que más vale en nuestros países.
Por eso, repito -y para terminar mis palabras-, dando excusas a
ustedes por lo excesivo de ellas, que yo que soy un hombre que pasó por
la universidad, he aprendido mucho más de la universidad de la vida: he
aprendido de la madre proletaria en las barriadas marginales; he
aprendido del
campesino, que sin hablarme, me dijo la explotación más que centenaria
de su padre, de su abuelo o de su tatarabuelo; he aprendido del obrero,
que en la industria es un número o era un número y que nada significaba
como ser humano, y he aprendido de las densas multitudes que
han tenido paciencia para esperar.
Pero la injusticia no puede seguir marcando, cerrando las
posibilidades del futuro a los pueblos pequeños de éste y de otros
continentes. Para nosotros, las fronteras deben estar abolidas y la
solidaridad debe expresarse con respeto a la autodeterminación y la no
intervención,
entendiendo que puede haber concepciones filosóficas y formas de
gobierno distintas, pero que hay un mandato que nace de nuestra propia
realidad que nos obliga -en el caso de este continente- a unirnos; pero
mirar más allá, inclusive de América Latina y comprender que nacer
en Africa en donde hay todavía millones y millones de seres humanos que
llevan una vida inferior a la que tienen los más postergados y
pretéridos seres de nuestro continente.
Hay que entender que la lucha es solidaria en escala mundial, que
frente a la insolencia imperialista sólo cabe la respuesta agresiva de
los países explotados.
Ha llegado el instante de darse cuenta cabalmente que los que caen
luchando en otras partes por hacer de sus patrias países independientes,
como ocurre en Vietnam, caen por nosotros con su gesto heroico.
Por eso, sin decir que la juventud será la causa revolucionaria y el
factor esencial de las revoluciones, yo pienso que la juventud por ser
joven, por tener una concepción más diáfana, por no haberse incorporado a
los vicios que traen los años de convivencia burguesa,
porque la juventud debe entender que debe ser estudiante y trabajadora;
porque el joven debe ir a la empresa, a la industria o a la tierra.
Porque ustedes deben hacer trabajos voluntarios; porque es bueno que
sepa el estudiante de medicina cuánto pesa un fardo que se echa a la
espalda el campesino
que tiene que llevarlo a veces, a largas distancias; porque es bueno que
el que va a ser ingeniero se meta en el calor de la máquina, donde el
obrero a veces, en una atmósfera inhóspita, pasa largos y largos años de
su oscura existencia; porque la juventud debe estudiar y debe
trabajar -porque el trabajo voluntario vincula, amarra, acerca, hace que
se compenetre el que va a ser profesional con aquel que tuvo por
herencia las manos callosas de los que, por generaciones, trabajaron la
tierra-.
Gracias, presidente y amigos por haberme dado la oportunidad de
fortalecer mis propias convicciones, y la fe en la juventud frente a la
actitud de ustedes.
Gracias por comprender el drama de mi patria, que es como dijera
Pablo Neruda, un Vietnam silencioso; no hay tropas de ocupación, ni
poderosos aviones nublan los cielos limpios de mi tierra, pero estamos
bloqueados económicamente, pero no tenemos créditos, pero no podemos
comprar
repuestos, pero no tenemos cómo comprar alimentos y nos faltan
medicamentos, y para derrotar a los que así proceden, sólo cabe que los
pueblos entiendan quiénes son sus amigos y quiénes son sus enemigos.
Yo sé, por lo que he vivido, que México ha sido y será -gracias por ello- amigo de mi patria.